martes, 19 de febrero de 2013

El maquillaje no cura las heridas


A un año de la tragedia de Once


Estas líneas a continuación quizá solo vayan a engrosar la ya robusta cantidad de declaraciones en materia de funestos aniversarios que como pueblo nos toca recordar. Pero desde el compromiso que tenemos como parte del mismo para cambiar ciertos esquemas, que hasta el momento han producido numerosas tragedias que nos empujan a recordarlas y a luchar por la justicia, la expectativa puesta en que dichas pronunciaciones se conviertan en voces que retumben en los oídos de quienes ejercen el poder se vuelve inmensa, inconmensurable, imprescindible.

Un año ha pasado ya desde que la estación de Once se lleno de gritos, dolor, indignación, muerte. Como así también el corazón de toda la argentina trabajadora. Esa que padece a diario los avatares de no contar con un transporte mínimamente adecuado; esa que es victima de una corrupción rapaz, firmemente sostenida por las decisiones de quienes nos gobiernan; esa que históricamente pide a gritos ser tenida en cuenta, y que a quienes votan, gobiernen en consecuencia.

El año que ha pasado desde la tragedia se llenó también de promesas, las cuales se venían esgrimiendo hace tiempo para calmar el siempre in crescendo malestar de los usuarios de la línea Sarmiento. Soterramiento, nuevas formaciones, restructuración de las estaciones, y una frase celebre del ministro Florencio Randazzo, que cobró ese mote no por acertada, sino por tragicómica: “revolución del Sarmiento”. Lo cierto a fin de cuentas es que poco se sabe sobre el avance del soterramiento; las formaciones que están (siguen) en servicio no son mas que las mismas, pero superficialmente maquilladas (cuando sabemos el material rodante sigue presentando todo tipo de falencias); estaciones a las que se le han añadido relojes que marcan la frecuencia de los trenes, lo que solo pone en un plano de indignación mayor a los pasajeros al saber, ahora con exactitud, el tiempo que pierden hasta que arriba finalmente el tren.

Ha sido también un año marcado por el silencio. La omisión al tema “22 F” que ha sostenido la presidente Cristina Fernández ha servido solamente para amplificar el malestar de amigos y familiares de las victimas, cuando no también el de los usuarios. Pocas veces en su gestión un silencio ha hecho tanto ruido, teniendo en cuenta que no solo los empresarios a los que el gobierno favoreció ciegamente con concesiones en forma de subsidios (con los que estos montaron empresas en distintas partes del globo, reportando fabulosas ganancias) están procesados por la tragedia, sino que ostentan la misma condición ex funcionarios de su gobierno y el de Néstor Kirchner. Estamos hablando de Juan Pablo Schiavi y Ricardo Jaime.

La convulsión que se ha vivido a lo largo de todo este año de luto en los usuarios del Sarmiento no ha sido un factor determinante para que el gobierno empiece a pensar en una política integral de renovación del transporte publico, sino que ha intentado ser sofocada (vanamente) con anuncios rimbombantes para mejoras totalmente superfluas, en las cuales el mismísimo usuario de a pie se da cuenta que no es mas que un mero maquillaje, sabiendo que las demoras a causa de desperfectos técnicos, accidentes provocados por un paleolítico sistema de señalización y falta de formaciones para acortar las frecuencias, no pueden ser tapadas con dos manos de pintura.
Un párrafo aparte merece el brutal asesinato de Leonardo Andrada, quien recibió cuatro balazos por la espalda en una para de colectivo en Ituzaingo. Andrada, testigo clave en la causa, fue el motorman que condujo la formación siniestrada antes de entregarle el tablero a Marcos Córdoba, quien finalmente terminó colisionando. El malogrado trabajador había declarado en la causa que la formación contaba con el triple de pasajeros que la misma podía transportar. Como si no hubiera antecedentes cuando se tocan grandes intereses, los testigos clave continúan indefensos ante las mafias que amedrentan y matan para que sus fraudulentos negocios sigan generando ganancias.

 Desde Merlo, lugar en el que nos toca ver esta función de terror, hemos sido testigos de las sistemáticas mentiras con las que el ministro del interior ha intentado engañar a los usuarios sarmientistas, profiriendo pueriles discursos y rimbombantes anuncios para pequeños revestimientos exteriores, temporales, que no han hecho mas que aumentar la indignación de los mismos. Por supuesto que si hablamos desde Merlo (y de indignación), no podemos dejar de mencionar las grotescas, macartistas e irrespetuosas declaraciones efectuadas por el intendente Raúl Othacehe al momento de la tragedia: “Yo, Raúl Othacehe, intendente de Merlo, no puedo dejar de pensar que hay que investigar a aquellos que alguna vez quemaron trenes, que hicieron descarrilar trenes” aludiendo a “esos grupos de izquierda, grupos troskistas que no tienen limite ante la violencia, y que son capaces de cualquier cosa para obtener sus objetivos políticos”. Estos funestos dichos efectuados por el intendente de Merlo en ocasión del trágico suceso, cobran una dimensión aun mayor al tener al día de hoy una causa elevada a la categoría de juicio oral, con ex funcionarios del gobierno y empresarios afines como los hermanos Cirigliano (quienes en un momento han tenido relaciones con Othacehe) procesados. Pero sobre todo resulta de una brutal falta de respeto para con los 51 argentinos que ese 22 de febrero de 2012 perdieron la vida por causalidades muy diferentes a las que señaló el jefe comunal.

Desde las organizaciones del campo popular, no podemos en este penoso aniversario mas que redoblar los esfuerzos en exigir justicia para las victimas de una tragedia que colocó un mojón indeleble en la historia argentina, además de bregar por una reforma estructural del transporte público en nuestro país. Solo de esa manera dejaremos de ensanchar la cantidad de mártires del campo popular que han derramado su sangre por culpa de la desidia y la corrupción a la que históricamente estamos expuestos. El boleto hacia el tren de una solución permanente la tenemos nosotros: el pueblo argentino.